Ira

La tercera planta

Cerró la puerta del balcón minutos antes de dar las 10 de la noche. Hacía calor, mucho calor. A pesar de haberle golpeado el aire en la cara, de su rostro pletórico manaban gotas de sudor como no se habían deslizado en otra etapa de su vida cuando hacía deporte.

Pensando que era hora de retirarse se aproximó al ascensor, entró y pulsó el botón para acceder a la planta superior. Todo había acabado. La impotencia que había vivido meses atrás cristalizó en lucha de titanes para lograr su objetivo, pero la memoria es traicionera. Su edificio en construcción necesitaba levantar el suelo para saber qué se iba a encontrar debajo; “ardua tarea”, pensó, pero imprescindible para que la humedad no estropeara las paredes de lo que iba a ser su nueva morada. Mentalmente empezó a levantar madera y salió su pasado reciente: su vida cómoda de hombre de éxito, líder adorado mecido en laureles; ecos de arrumacos y aplausos en grandilocuentes puestas en escena le impulsaron hasta la primera planta de ese edificio de paredes gruesas y ventanas pequeñas. Se sacó el pañuelo y recogió con suavidad el sudor de su frente de atleta. “Lógico que haga tanto calor”, dedujo.

La tarima de esa casa vieja estaba mal asentada y lo sabía desde hacía mucho. Al forzar la madera de roble los listones, desgastados por el paso del tiempo y el peso que habían soportado,  se rompían y saltaban astillas como proyectiles cerca de sus ojos; esquivarlos supuso adoptar posturas forzadas durante mucho tiempo. Miró hacia arriba; la luz cenital del ascensor provocaba que brillara su frente; se dio cuenta de que, a pesar del calor, se había metido las manos en los bolsillos del pantalón. “Aquélla fue una etapa dura, pero una etapa más. Me dejé llevar por los demás”. Títere sin cabeza o líder. Paloma o ave Fénix. Cuando ya había sobrepasado la segunda planta el ascensor experimentó una ligera convulsión. “Estamos llegando”. Todo se precipitó entonces; detrás de todos los dedos acusadores y los innumerables escondites que buscaron para él renunció a todo y salió huyendo hacia adelante hasta que salió a la superficie sin ahogarse, gracias a la gente que siempre le apoyó; gracias a la gente que le acompañó en su recorrido cuando le marginaron con escarnio. Y el último tramo fue el más corto. Consiguió la victoria por encima del aparato. Toca recogerse. Llegó a su destino con suaves sonidos golpeando sus sienes: “No es no”. Se aproximó a la puerta, dirigió su mano hacia el pomo y repitiendo el mismo soniquete en su cabeza, deslizó la puerta y le alcanzaron tres astillas mezclándose el sudor con la sangre. Felipe Gonzalez, Alfoso Guerra y —“No es no”. Títerese sin cabeza o líder. Y se percató que estaba como al principio . 

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