El Patronato de protección a la mujer y la violencia religiosa
El Patronato de protección a la mujer fue, durante la época franquista y hasta mediados de los años 80, la institución pública que ejercía el control social y moral sobre niñas y adolescentes. Como en tantos aspectos, somos conocedoras de la represión de la dictadura en las cárceles que albergaban hombres pero las mujeres no nos salvamos de ser perseguidas en el plano civil.
Nuestros actos cotidianos fueron objeto de vigilancia y juicio constantes, hasta el punto de crear un organismo carcelario en que los guardianes de la moral del Régimen tuvieron capacidad de decisión sobre la vida de aquellas mujeres vulnerables.
Poco se ha hablado de los delitos cometidos entre las paredes de aquellos reformatorios y centros femeninos tutelados por el Patronato, en el que los tribunales y policía se apoderaron de las vidas de adolescentes poniéndolas en las manos de monjas porque, según los agentes de la moral, necesitaban purificar su alma por conductas que simplemente revelaban las ganas de vivir, bailar o salir de noche; otras eran pobres y sus progenitores las internaban confiando en que les iban a proporcionar alimento, educación y salud. Nada más lejos de la realidad; las niñas eran sometidas a trabajos forzados como sirvientas y la educación quedó en algo testimonial.
Las primeras víctimas fueron las republicanas; mujeres con la cabeza rapada, violentadas para certificar su virginidad y obligadas a realizar trabajo esclavo a cambio de una mínima ración de comida en un país destrozado por la guerra en el que la venganza continuó terminada la contienda; en condiciones infrahumanas, las mujeres y adolescentes que se habían significado por el régimen legal de la República, si no eran violadas y asesinadas, eran recluidas en celdas de castigo insalubres que, bajo el eufemismo de espacios de reflexión, castraban sus ansias de libertad.
A merced del Patronato, las mujeres constituían mano de obra barata de la que se aprovechaban económicamente las celadoras y monjas bajo cuya autoridad se encontraban. La influencia de esta institución fue tal, que continuó entrada la Democracia y una vez declarada la ley de amnistía a los presos políticos. La Democracia, como otros muchos derechos, llegó tarde para las mujeres. Testimonios como el de Consuelo García Cid, que estuvo ingresada en varios centros, cuentan el horror diario de las jóvenes.
Del exterminio como estrategia de guerra se evolucionó a la ideología represora católica, que implantó un modelo de mujer cuya actividad se limitaba al hogar, la crianza y su familia, mantenida y sometida al hombre proveedor. La deshumanización tocó techo con el robo de bebés de madres solteras y pobres a las que mintieron para vender a los recién nacidos a familias pudientes del Régimen. El Patronato primero y una red de cómplices en los hospitales públicos de la época después, fueron quienes cometieron estos delitos.
La iglesia católica es una de las instituciones responsables de la desigualdad en la sociedad, que ha fomentado la violencia de género con su discurso conservador y retrógrado consolidado en la sociedad española. Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas son la consecuencia de la pérdida del control sobre sus vidas en un modelo de hombre que ha desarrollado una masculinidad depredadora. Hoy en día los asesinatos se cuentas por miles: más de 1200 desde 2003, por hombres que ven como un riesgo el cuestionamiento del poder, la ruptura del vínculo afectivo o la pérdida de control de las crías . Y ha sido la iglesia la que introdujo ese modelo de familia en generaciones anteriores hasta llegar a nuestros días. Siempre contraria a cualquier atisbo de modernización o progreso social que contraviniera su esquema, en países con una democracia avanzada , en los que no ha podido ejercer su poder por la fuerza, ha utilizado la violencia psicológica mediante la reproducción de roles de generación en generación; de esta manera, mientras la mujeres nos hemos incorporado al mercado laboral, los hombres no han hecho de los cuidados su trabajo. siguen siendo cometido femenino que se lleva a cabo con el sentimiento de culpa instalado de manera permanente.
Por mucho que haya estudios que aseguren que el 44% de los hombres piense que el feminismo ha ido demasiado lejos, la realidad es que los hombres son los grandes beneficiados de la discriminación positiva. La confesión religiosa apadrina a los partidos de derechas, grandes portavoces de esta desigualdad. Tenemos que tener claro que una sociedad laica sienta las bases de la igualdad y la nuestra, desgraciadamente, está lejos de tomar ese camino.