Ira

Sexo oral

Estamos en la época en la que los políticos practican el sexo oral como forma de proporcionar   satisfacción ajena. Da igual lo que tengan en la boca, lo que importa es que, cuando lo suelten, hayan creado un ambiente de euforia  entre l@s oyentes. La antesala del  sexo oral  de nuestros políticos, no por ende ha sido más llevado a la práctica por hombres que por mujeres, han sido las discusiones de bar con los amigos; allí ninguno contaba la verdad sino lo que el otro quería oír, el cual le daba una palmadita porque su monólogo chabacano y vil le daba cien vueltas.Hoy reconozco que los políticos se superan con creces, pero es lo normal, ya que al igual que el amor dura cuatro años cual legislatura, si te interesa renovar, ahí es donde tienes que poner toda la carne en el asador. Curioso que la gente con mejor  apariencia y educación ligue con un lenguaje arrabalero y bajuno, intentando atraer a una relación escatológica a todo aquel dispuesto a creer que “nosotros no participamos en la guerra de Irak, la reconstruimos”

El sexo oral en Moncloa se ha manifestado desde que Rajoy ha dejado el plasma. Primero le tocó a l@s compañer@s de partido, pero como la rutina no permite grandes novedades, poco ha trascendido de una reunión que casi ha sido más oficiosa que oficial. Su ración también ha tenido Pablo Iglesias, de casualidad y llevando la voz cantante con sus cinco puntos reivindicativos de lenguaje de sexo oral soez y bajuno, como el blindaje a los servicios públicos o el fin de la corrupción, que, como ya sabemos, al inquilino de Moncloa no le estimulan ni una célula: plan desaprovechado. Acanallado y patán, Pablo Iglesias no es la pareja ideal para entonar gorgoritos delante de los empresarios y Mariano tiene celos porque les gustaría a sus mujeres.

Yo pensé que, si alguien se lo iba a llevar al catre, no iba a ser Alberto Garzón, que le tuvo una hora hablando de cómo conciliar sensibilidades y llegar a un estado federal, sino Durán y Lleida, un hombre moderado contrario a la secesión de Cataluña pero con experiencia suficiente como para que la transición oral sea lenta y placentera; pero Rajoy quiere sexo oral duro y no está dispuesto a entregarse a aquel que no le prometa la intervención del Tribunal Constitucional e imponer el desfile de las muñecas de famosa, que caminan hacia Moncloa como una, grande y libre, en vez de 17 “molestas” y cabreadas.

Lo peor del caso es que, aunque no venga a cuento, diferentes ministros del ramo se han puesto a soltar barbaridades soeces con el fin de ganarse al graderío. ¿Por qué todos los lerdos de este gobierno tienen que acabar en la cartera de Educación? El hermano de Wert se le ha escapado a Pedro Sánchez, pero con un poco de suerte, Méndez de Vigo acabará con la tradición española a base de enseñar matemáticas a los alumnos de la FP de tauromaquia, que ni leen ni escriben. 

Nadie nos libramos de que nos gusten esas palabras excitantes que suelta al oído el ligue de turno, mentiras que estimulan la imaginación, pero  delante de un micrófono me están empezando a causar aversión. Una cosa es que Mariano Rajoy no quiera saber nada con un proyecto de país renovado y/o populista,  pero cuando te encierras hora y media en Moncloa con Pedro Sánchez y Albert Rivera para firmar un acuerdo a favor de la soberanía española, me recuerda a esas historias en las que un amiguete cuenta que un sábado a la noche la vecina tocó a su puerta medio desnuda, les preguntó si podía pasar y le empujó directamente a la cama. ¿Qué otra cosa podían hacer? Pero  eso ya no es sexo oral, es sexo escrito.

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