Ciudadanos, el recambio de la Transición
Begoña Arnaldes Alonso.
El congreso del PP celebrado en Sevilla se despidió con más pena que gloria, sin atisbo de victoria ante los comicios del año que viene. Añorando los viejos tiempos, aquéllos del “Cara al Sol”, lo único que se han atrevido a echar de menos ahora es el pasado próximo, ése que les otorgó la mayoría absoluta hace dos legislaturas y que les ha hecho legislar contra la libertad de expresión tanto en la sociedad como en la cultura. Franquismo sociológico de capa caída, como lo demuestra la evolución de la sociedad ante la represión de una democracia simulada, que dicta la Ley Mordaza contra raperos o persigue las redes sociales porque los medios de comunicación tradicionales ya los tiene controlados. Resultado de esta evolución ha sido el cambio del espectro ideológico en intención de voto, que marca el fin del Bipartidismo tras 40 años de hegemonía.
La convención del PP en Sevilla fue diseñada para escenificar la unidad ante el ¿disparado? ascenso de Ciudadanos que, según recogen las últimas encuestas de Metroscopia, supera al PP en intención de voto. Iba a ser un encuentro alegre, porque la corrupción une al PP, pero en esta cita en la que iban a rezar en familia ya acabada la Semana Santa apretó la necesidad de recogerse en sí mismos venerando y aplaudiendo a un ídolo, como se observó ante la multitud que se arremolinaba en torno al coche que transportaba a Cristina Cifuentes. Exactamente igual que a Juan Manuel Soria, Esperanza Aguirre o Rita Barberá en sus épocas doradas.
El PP no ha soltado el paso en el que ha erguido a la imagen de Cristina Cifuentes ni por su socio de gobierno. Ni ahora que ha renunciado a su máster. Se han colado entre las tertulias las declaraciones de pasillo de los miembros del partido que la apoyan sin poner la mano en el fuego por ella. Son quienes tienen cargo; su militancia anónima ha iniciado la fuga a su marca blanca y el PP, consciente, tacha de populista a Ciudadanos como partido emergente y sin experiencia. Igual que hacía en las generales de 2016 con Podemos.
Hay una clara mayoría social que ahora rechaza la corrupción por insignificante que pueda resultar un máster frente a la ingente cantidad de dinero público robado; contra lo que no pueden luchar en el PP es contra su propia esencia: la herencia de un sistema democrático al que se adaptaron para continuar gobernando bajo la premisa de ser revalidados cada 4 años en las urnas en vez de ser omnipresentes y compactos bajo una dictadura; que la Derecha se disperse en forma de otro partido político es algo que no ha ocurrido en toda la historia de la Transición hasta nuestros días ya que la rivalidad política ha sido triste patrimonio de la Izquierda. El objetivo del gobierno es, pues, que Ciudadanos no rentabilice su voto. El de la Izquierda es que Ciudadanos y sus ideas neoliberales no capten el voto de la indecisión, harta de ver ondear a media asta banderas por Jesús de Nazaret o de que cancelen el último espectáculo de Alberto San Juan “porque transmite ideología radical”, de que se insulten las sentencias alemanas que exculpan a Puigdemont de delitos de rebelión “porque atacan a España” mientras los adalides de la austeridad bendecían las directrices del país germano que sometían la soberanía española sumiéndonos en la pobreza a la hora de jubilarnos, educarnos o sufrir enfermedades. Porque la indecisión es de Derechas y hablar es barato, el precio lo pagaremos si las urnas dan el gobierno a Ciudadanos. Y hasta Juan Luis Cebrián, consejero-delegado del grupo Prisa, ha interiorizado el cambio de marca cuestionando el máster de Pablo Casado, que soñó con estudiar en Harvard. Como los franquistas que se reciclaron en la Transición: renovarse o morir.